Sunday, January 28, 2007

COCO...

Coco, salió apurada, poniendose la mantilla y el colorete palido en las mejillas de cartón, por el pasillo y dejando la puerta de la recamara abierta, con pasitos menudos, acomodada la mantilla y el colorete, buscaba presurosa las llaves del viejo portón de madera. El sol del mediodía inundaba el patio y las gardenias pedían con sus petalos blancos, casi marchitos agua. Barrabás el perro enclenque, echado junto a la pileta de agua, levanto la cabeza al oir a su ama y movio sin ganas la cola, para volver a cerrar los ojos y echar la vieja cabeza en el enlozado añejo. Todo olía a viejo en esa casa, los ochenta años de Coco, los roperos con vestidos enmohecidos, los pájaros sin trinos, los corredores con sus paredes empapeladas y cayendose...La juventud de la casa y de Coco se habia ido lentamente y con pesadumbre. La casa sin voces, y la voz de la dueña; oxidada entre rezos y labores propias de una señorita decente: bordar y tejer primorosamente para otros. El reloj en el campanario anunciaba las doce en punto, con sus campanadas y el vuelo de palomas en la plaza, Coco seguia apresurada las sombras de las otras que se dirigian a la Iglesia, saludando a unas siguio su camino, "ay diosito, dame fuerzas, dos cuadras más, dos cuadras más, que no se vaya, que no se vaya" repetía quedamente, haciendo mutis y dando pasitos largos. Cuando llegó al consultorio, el Doctor estaba a punto de cerrar la puerta, se detuvo cuando miro a la vieja alzar la mano y con ojillos suplicantes mirarlo. Abrió de nuevo y entro la anciana. En el locutorio, tras la mesa de madera que servía de escritorio, el joven doctor escuchaba atento los malestares de Coco y con sus ojos azules cansados, la observaba detenidamente. Coco parecia ajena al mundo y su boca no paraba de dar explicaciones. Dos meses, con todos sus días, desde que el joven doctor llegará al pueblo ese, abandonado de la mano de Dios, lleno de viejas decrépitas, de polvo y sol incendiario; había escuchado el mismo argumento, las mismas molestias, las mismas palabras, por eso, sin premeditar y concientemente, justo en la frase: "Doctorcito, es que son estos calores "noturnos" que no me dejan!", el joven doctor de los ojos azules, se levanto como resorte y expetó: "Mire anciana, de lo que está enferma Usted, es de ganas!, le hace falta un buen macho que la monte y se le acabarón todos sus problemas! " Coco, abrio la quijada, y como pudo se levanto, dandole la espalda al doctorcito, salió más rápido y con más prisa que cuando venia a verle. El portón se abrió en aquella casa desvencijada, chirriarón sus postigos, espantando a las gallinas, y Barrabás con la cola en alto moviendola, saludaba a su ama. "Saquese perro cabrón, no estoy pa´que me muevan la cola!" Cerrando la puerta Coco se dirigio murmurando hacia la sala: "pos ni que estuviera tan guapo....pa´mi que ni curar sabe!" JoelLangarikaPuertoVallartaJaliscoMéxicoCRDReservadosnov2006

5 comments:

Laura said...

jajajaja muy bueno...
abrazos

Anonymous said...

ajajajajaja chido! te pasas! pero sigue escribiendo.

AnaR said...

Siempre con ese humor tan tuyo, Joel. Leerte y sonrír es todo uno...

Un abrazo

Anonymous said...

Pues, lo mismo que el comentario en el otro cuento. Pero que importa! Al menos tienes estilo y eso cuenta! Buenisimo, que me estoy meando de risa jaaaaaaajajajajajaja

Gustavo said...

Y esas viejitas pueblerianas, que cuando se presentan dicen.. Soy Señorita y uno hace hasta lo imposible por no reírse. He conocido a muchas que se ufanan de no haber tenido un macho que las monte. Hay muchas Coco, en las calles, desgastando los mismos chismes de siempre y en la Iglesia, pegándose el mismo pecho y con la misma mano, por los mismo pecados, los cuales son menos comparados al pecado de la castidad.