Friday, March 20, 2009
La Pasiòn Segùn Julia...
Julia era de esos seres etèreos, que se transmutaban en sombras para el mundo. Los años de vigilia ante una madre enferma y la soledad de ser hija ùnica, pesaban como alas de cuervo haciendo juego con el luto de existir. Por eso, cuando la madre de Julia muriò y ella se abandonò a toda creaciòn mundana, -cosa que le era fàcil, jamàs tuvo una sola- y se recluyò en los rezos diarios, en los salmos proclamados con autoridad y ojos centellantes por el viejo parròco de la iglesia cercana y las letanìas de beatas y viejas casi santificadas por todos los años de rosarios y mea culpas orados a las siete en punto, los siete dìas de la semana, jamàs imagino que en una esquina, saliendo del rosario vespertino, descubrirìa la vida. Con la mantilla negra sobre su cabeza, salia Julia apurada, aùn con en el eco del Amèn, en su cabeza. La casa paternal, distaba ocho largas cuadras de la iglesia, con paso apurado, pasaba cuadras, con la mente puesta en el pan de la merienda. Los otoños en el pueblo eran lùgubres, el sol se escondìa a las seis y las escasas làmparas en las calles apenas alumbraban, un frìo serrano carcomìa los sentidos y hacìa bailar dentaduras, Julia apretaba contra su pecho el viejo poncho de lana, que solìa llevar su madre muerta. Cuando a una cuadra antes de llegar a la vieja casona, Julia se detuvo al escuchar un gemido sùtil apenas, esperando encontrar entre las sombras un perro herido, lo que sus ojos observàron la paralizo y su mirada acostumbrada a la oscuridad, no dejo de mirar, hasta perderse en lo observado. Esa noche, Julia durmiò desnuda, y la noche siguiente, y la siguiente. En el pueblo, aùn murmuran, acerca de la desapariciòn de la solterona Julia. Mientras ella, satisfecha, con los pechos en flor y el cuerpo otoñal primaverado, retoza gozoza, en el burdel del pueblo vecino. Soñando de nuevo con el joven sacristàn que en una esquina oscura, la invitaba a palpar y sentir la vida. Cuando el sacristàn abriò los ojos, que cerrados por el placer solitario de la masturbaciòn tenìa, observò a la solterona mirando sus escarceos sexuales, sin vacilar, la llamò y se fue acercando. Julia entonces cerrò los ojos y con manos temblorosas palpò con diligencia lo que le ofrecian. Esa mañana, - enredada en el cuerpo juvenial de un sacristàn que bien podrìa ser su hijo- despertò luminosa y sin sombra alguna de sus vigilias de enfermera. Cuatro dìas enteros el mozuelo y ella aprendieròn los recovecos de sus cuerpos y al quinto, asustado por la disposiciòn insaciable de Julia, èl, dejo la vieja casona para siempre, dejando a Julia en un sueño de àngeles y fuego. Un mes màs tarde, Julia desaparecià del pueblo y esa misma noche acariciaba largamente la entrepierna del conductor de trailers que habìa subido a una mujer en medio del camino rumbo a un pueblo sin nombre. JoelLangarikaPuertoVallartaJaliscoMèxicoCRDerechosReservados
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